martes, 6 de enero de 2009

El Tordo (cuento de fogón)

Dicen que entre los pájaros el tordo fue lo que se llama un mozo-bien. Era hijo de un estanciero con mucha plata.
Para su disgracia se vino a morir su padre y quedo dueño de una gran herencia, con lo que se le despertó el gusto por fantasiar.
Como quizo tener la casa mas linda del pago llamo a consejo a todos los pájaros.
-Vos, hornero, que sos tan buen arquitecto ¿que me decís?
El hornero le aconsejo que hiciese la casa de dos piezas con su corredor ancho, bien ventiladas y protegidas de la lluvia.
-Mezcla la tierra con agua y junta pastitos duros para formar el barro.
-Ansina nomas lo haré- dijo el tordo y se volvió a interrogar al boyero.
El boyero le mostró la bolsa larga en la que vivía, que estaba hecha de crines tejidas y en el fondo tenia un colchoncito de plumas y pastitos tiernos.
-¡Sos buen tejedor, che! ¿y le compras las crines a los caballos?
-¡De ande! Las voy arrancando una a una de los alambrados donde quedan enganchadas luego que van a rascarse.
El boyero explico al tordo que si colgaba la bolsa de un árbol sobre las aguas de un arroyo, algo que le resultaba muy peligroso al tordo, era justamente para alejarla de otros peligros como las comadrejas y zorros.
-¡Mira que sos liendre, boyerito! Voy a hacer mi casa igualita que la tuya.
Diciendo esto se volvió para la cotorra y le preguntó:
-Y vos, ¿porque anidas tan alto?
-Para tener buena ventilación y ver desde lejos, don tordo.
-¡Lindo! He de hacer mi casita arribita de la loma. ¿Y vos, carpintero?
-Usted ya lo ve, meta y meta todo el dia martillando de punta este tronco muerto. Tendré aquí una casa seca y mas resistente que ninguna.
-Me gusta, la mía sera la tuya.
Pero ni bien decía esto, al tordo le iba gustando también la casa de la lechuza, que era una cueva fresquita en verano y calentita en invierno. La del junquero metida en los cañadones entre los juncales. También la del espinero, porque era un rancho rodiado de espadas con la punta para fuera donde se ensartarían los entrometidos y como no gustarle la del zorzal que como la de todo cantor que se respeta no anida en árbol que no da flor.
Luego de todo esto el tordo se dijo:
-¿Para que voy a trabajar yo? ¡Si tengo mas plata que Anchorena!
Y le ordeno a cada pájaro que le hiciera una casa, así tendría una de cada estilo para cambiar cuando quisiera.
Mientras tanto que los demás trabajaban, se dedico a parrandiar sin ninguna consideración, ni respeto a la ropa negra que por el luto de su padre llevaba. Carreras cuadreras, naipes, taba, mujeres, beberaje... Era cosa de no acabar. Hacia de la noche día y del día noche. Cantaba en los boliches. Para embobar al paisanaje se acompañaba de una guitarra enchapada en oro y brillantes.
Cuando fue el momento de pagar a los trabajadores, no solamente no tenia con que, sino que había empeñado la guitarra por deudas de juego; su traje negro que todavía lleva hoy día, se había vuelto color ratón, y mas haragán que nunca, enviciado de ir pasiando en coche, se subía al lomo de las vacas y allí se estaba para que siguiesen pasiandolo.
Desde entonces el tordo no hace otra cosa. Desfachatado de marca mayor, no pudiendo anidar en diferentes y lindos nidos propios, los hace en los ajenos, donde pone sus huevos y se va, para que los otros pájaros se lo empollen.
Viéndolo espulgarse muy orondo arriba de las vacas, el chingolo suele criticarlo:
-¡Ese si, pelecha de lo lindo, ha hij'una! En cambio yo, que soy tan buen cantor y criollazo de acción no tengo quien me proteja. Hay que ser poltrón y descarado, para engordar y divertirse a costa de todo el mundo.
-Vea, don chingolo- le advierte entonces el bichofeo -no hable tan fuerte no sea que le oigan; es arriesgado decir la verdad. ¡Mire que he sabido que al señor tordo lo van a nombrar comisario!

No hay comentarios: