El día de San Agustín
lo tengo por buena cuenta
que fue veintiocho de agosto,
de mil setecientos ochenta.
El cuerpo se me estremece,
no me quisiera acordar,
pero es preciso, señores,
que yo me haya de explicar.
El domingo por la noche
llego a las chacras la indiada.
Hicieron varios estragos,
no dejaron casi nada.
¡Se llevan tantas familias
y tanto niño inocente!
Ya dieron parte al Mayor,
que camine con su gente.
El Mayor junta a su gente
y comienza a caminar.
Cerquita de La Espadaña
ahí los fueron a alcanzar.
Hacen contar a la gente,
son doscientos veinte hombres.
Dice el capitán blandengue
¡Atropellemos, señores!
Responde el mayor y dice,
como mas inteligente:
Mire que es mucha la indiada.
Esperemos a mas gente...
Los soldados valerosos
respondieron a la par:
¿A que venimos señores
si no hemos de atropellar?
Ya en la primera embestida
la indiada los dispersó,
y los empezó a chucear
que movía a compasión.
Por milagro de la Virgen
algunos han escapado.
Si no se paran los indios
ninguno hubiera quedado...
Al cabo de tres días
a traer los cuerpos mandaron,
con escoltas de soldados
ocho carretas llevaron.
Los nombres de aquellos muertos
tengo firmado en mi letra,
y son ciento catorce hombres
los que saco con mi cuenta.
Escuchen señores mios
yo les pido en alta vos
que a esas pobrecitas almas
las encomienden a Dios.
Este compuesto se refiere al malón ocurrido en el año 1780 en las cercanías de la laguna La Espadaña. Noventa años después de aquel suceso todavía un payador de Luján lo recordaba con su canto. Esta versión fue restaurada por el Lic Ruben Perez Bugallo, eliminado las estrofas que presentaban mas deterioro y retocado alguna palabra, buscando reestablecer la coherencia general del relato. Quizas sea uno de los cantares historicos tradicionales mas antiguo que se conozcan de nuestro cancionero.
Si alguien sabe donde queda la laguna La Espadaña que menciona el compuesto, manden un comentario.
Extraido de:
Literatura popular bonaerense vol IV Cancionero Tradicional. Editorial Catálogos. 2004
MUSICA, POESIA, CUENTOS, RELATOS, ANECDOTAS, HISTORIA, ARTESANIAS, JUEGOS, Y TODO EL ACERVO TRADICIONAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES (ARGENTINA)
viernes, 28 de agosto de 2009
miércoles, 19 de agosto de 2009
La "carneada"
Yo nací en el campo en la década del 40.-
En esa época, las mujeres parían en sus casas, ayudadas por una “comadrona”, señoras expertas en ese tipo de situaciones.-
En mi caso ofició de tal la tía Saturnina, hermana de mi abuela, a quien, cuando fuimos mas grandes, aprendimos a esquivar por la efusividad de sus saludos.-
Mi padre tenía una pequeña chacra de 24 hectáreas en la que trabajaba de sol a sol, ayudado por mi madre.-
Éramos pobres, pero gracias al esfuerzo de mis progenitores no pasamos privaciones y tuvimos una infancia feliz.-
Mi padre había diversificado la producción de la chacra y sembraba trigo, maíz o girasol, según la época.-Tenía una pequeña majada, algunas vacas, los necesarios caballos para las tareas de labranza y unos pocos cerdos.-
La venta del producto de las cosechas nos proveían de los medios para la adquisición de lo que hacía falta , las ovejas nos aportaban carne durante el invierno y los cerdos se vendían también, a excepción de cuatro de ellos, que se separaban del resto y se cebaban aparte para la “carneada”, que se realizaba, generalmente, en los meses de junio o julio, cuando arreciaban las heladas, dado que el “freezer” aún no se había inventado y, aunque existiera, tampoco hubiese estado a nuestro alcance.-
A este “acontecimiento” quiero referirme.-
El día anterior a la fecha fijada, aparecía mi tío Francisco, peón “golondrina” que vivía en el poblado distante unas dos leguas, en el sulky del que tiraba un jamelgo tordillo y a la mañana siguiente, cruzando campo, llegaba el tío Juan y sus dos hijos, un poco mayores que yo, cuya chacra lindaba con la nuestra.-
A ellos se sumaba don Aquilino, un español de “Castilla la vieja”, como él se autodefinía, que, por haber sido amigo de mis abuelos, pasaba largas temporadas en casa.-
Luego de desayunar y a eso de la media mañana, se elegía el primer cerdo y se lo llevaba al galpón acondicionado al efecto, donde, sobre unos tablones de madera puestos sobre bancos , mientras los demás lo sujetaban, mi padre procedía a clavarle un afilado cuchillo con mango de plata, lujoso recuerdo de sus años mozos que aún conservo, en el pecho, buscándole el corazón, para acortar la agonía de la bestia.-
Era tan certero en esto que no recuerdo haberlo visto tener que repetir la operación.-
En un fuentón de lata cincada puesto debajo del animal, se juntaba la sangre para hacer luego las morcillas y, de inmediato, se procedía a pelarlo, frotando vigorosamente al cerdo con bolsas de arpillera empapadas en agua hirviendo.-
Me parece ver a los cuatro hombres moviéndose rítmicamente y sin pronunciar palabra, concentrados en la tarea, mientras los chicos observábamos con ojos asombrados sin comprender demasiado lo que veíamos.-
Una vez despojado de toda su pelambrera, el animal se colgaba de los garrones en ganchos sujetos al final de una soga que, pasando por una roldana, permitía elevarlo a una altura conveniente, lo que demandaba el esfuerzo conjunto de los hombres, dado que superaba holgadamente los 200 kgrs.-
Entonces mi padre procedía a abrirlo en canal desde la ingle hasta el cogote y, entre todos, procedían a eviscerarlo, separando lo utilizable y arrojando el resto a los perros que, como si conocieran lo que habría de suceder, aguardaban echados en círculo esperando su parte del cruento ritual.-
De inmediato se separaba el costillar, que iba a parar a la parrilla, ennegrecida y humeante, preparada a un costado para asar lo que iba a constituir el almuerzo de ese día.-
Entonces los hombres se distendían, lavaban sus manos ensangrentadas, encendían algún cigarrillo, se sentaban en esos bancos rústicos propios de las chacras y, utilizando una pava tiznada y llena de abolladuras, tomaban mate y conversaban animadamente sobre los avatares de la jornada que promediaba.-
Cuando el costillar estaba listo, se almorzaba y luego, una vez recogido y lavado todo lo utilizado, se repetía el procedimiento con los cerdos restantes.-
Al atardecer ya se habían despostado todos los animales y, mientras mi madre cocinaba las primeras morcillas, sobre la mesa grande y rústica se apilaba la carne picada, con la que habrían de hacerse los chorizos.-
La condimentación de la misma constituía todo un proceso: se recurría a antiguas recetas que habían pasado de generación en generación y, conforme se le iban agregando las diversas especias, cada uno de los presentes procedía a probar y emitir opinión y, cuando todos se ponían de acuerdo, se daba por aprobada la mezcla, se la cubría con lienzos y se la dejaba estacionar hasta el otro día, en que se procedería al llenado de los chorizos.-
Aparte habían quedado los cuartos traseros para los jamones, los estómagos para el queso de cerdo y el picado para rellenar los mismos, las pancetas y las bondiolas.-
Para esto, ya se habían hecho alrededor de las nueve de la noche y se procedía a la cena, que consistía en más cerdo asado y la degustación de algunas de las morcillas recién hechas.-
Luego, todos nos íbamos a la cama y el tío Juan y sus hijos volvían a su casa: los mayores cansados y los chicos excitados por la jornada vivida.-
Al otro día, muy de mañana y con la helada blanqueando los pastizales, ya estaba toda la dotación en pié y lista para la jornada.-
Mientras los grandes se aprestaban al llenado de los chorizos, los chicos jugábamos con las vejigas de los cerdos, infladas a manera de pelotas y, de cuando en cuando, aparecíamos insistiendo para que nos dejaran dar unas vueltas a la manija del aparato utilizado en la tarea de llenado, lo que nos demandaba un esfuerzo superior a nuestras fuerzas, por lo que, rápidamente, volvíamos a nuestros juegos.-
Al caer la tarde, casi toda la tarea estaba concluida: los chorizos y las morcillas colgaban de cañas suspendidas del techo del galpón; los jamones habían sido metidos en barriles con sal y los quesos de cerdo sometidos al prensado correspondiente.-
Los mayores agotados por el esfuerzo y los chicos por no haber parado de corretear durante los dos días, cenábamos frugalmente y otra vez a la cama.-
Al día siguiente se volvía a la normalidad: temprano mi madre había ordeñado la lechera para tener la leche para el desayuno y, luego del mismo, mi padre ataba los caballos al arado y el tío Francisco uncía su mancarrón tordillo al sulky y emprendía el regreso al poblado envuelto en una polvareda y seguido un trecho por los perros y sus ladridos.-
Cuando nos levantábamos, un poco mas tarde y restregándonos los ojos adormilados, ya nada quedaba de la actividad de los días anteriores por lo que volvíamos a nuestra rutina de juegos y correrías.-
Mucho años han pasado desde entonces, pero el recuerdo de la carneada permanece vivo en mí que, con mi hermana mayor, somos los únicos sobrevivientes de esa época.-
Ha de ser por eso que, cuando llega julio con sus heladas, que no me parecen tan crudas como las de antes, no puedo dejar de pensar en ella y un pensamiento recurrente vuelve a mi: si hela fuerte comeremos buenos chorizos este año.-
AMARCORD
Otro pintoresco relato que nos envio don Hector Bielza de 9 de Julio.
En esa época, las mujeres parían en sus casas, ayudadas por una “comadrona”, señoras expertas en ese tipo de situaciones.-
En mi caso ofició de tal la tía Saturnina, hermana de mi abuela, a quien, cuando fuimos mas grandes, aprendimos a esquivar por la efusividad de sus saludos.-
Mi padre tenía una pequeña chacra de 24 hectáreas en la que trabajaba de sol a sol, ayudado por mi madre.-
Éramos pobres, pero gracias al esfuerzo de mis progenitores no pasamos privaciones y tuvimos una infancia feliz.-
Mi padre había diversificado la producción de la chacra y sembraba trigo, maíz o girasol, según la época.-Tenía una pequeña majada, algunas vacas, los necesarios caballos para las tareas de labranza y unos pocos cerdos.-
La venta del producto de las cosechas nos proveían de los medios para la adquisición de lo que hacía falta , las ovejas nos aportaban carne durante el invierno y los cerdos se vendían también, a excepción de cuatro de ellos, que se separaban del resto y se cebaban aparte para la “carneada”, que se realizaba, generalmente, en los meses de junio o julio, cuando arreciaban las heladas, dado que el “freezer” aún no se había inventado y, aunque existiera, tampoco hubiese estado a nuestro alcance.-
A este “acontecimiento” quiero referirme.-
El día anterior a la fecha fijada, aparecía mi tío Francisco, peón “golondrina” que vivía en el poblado distante unas dos leguas, en el sulky del que tiraba un jamelgo tordillo y a la mañana siguiente, cruzando campo, llegaba el tío Juan y sus dos hijos, un poco mayores que yo, cuya chacra lindaba con la nuestra.-
A ellos se sumaba don Aquilino, un español de “Castilla la vieja”, como él se autodefinía, que, por haber sido amigo de mis abuelos, pasaba largas temporadas en casa.-
Luego de desayunar y a eso de la media mañana, se elegía el primer cerdo y se lo llevaba al galpón acondicionado al efecto, donde, sobre unos tablones de madera puestos sobre bancos , mientras los demás lo sujetaban, mi padre procedía a clavarle un afilado cuchillo con mango de plata, lujoso recuerdo de sus años mozos que aún conservo, en el pecho, buscándole el corazón, para acortar la agonía de la bestia.-
Era tan certero en esto que no recuerdo haberlo visto tener que repetir la operación.-
En un fuentón de lata cincada puesto debajo del animal, se juntaba la sangre para hacer luego las morcillas y, de inmediato, se procedía a pelarlo, frotando vigorosamente al cerdo con bolsas de arpillera empapadas en agua hirviendo.-
Me parece ver a los cuatro hombres moviéndose rítmicamente y sin pronunciar palabra, concentrados en la tarea, mientras los chicos observábamos con ojos asombrados sin comprender demasiado lo que veíamos.-
Una vez despojado de toda su pelambrera, el animal se colgaba de los garrones en ganchos sujetos al final de una soga que, pasando por una roldana, permitía elevarlo a una altura conveniente, lo que demandaba el esfuerzo conjunto de los hombres, dado que superaba holgadamente los 200 kgrs.-
Entonces mi padre procedía a abrirlo en canal desde la ingle hasta el cogote y, entre todos, procedían a eviscerarlo, separando lo utilizable y arrojando el resto a los perros que, como si conocieran lo que habría de suceder, aguardaban echados en círculo esperando su parte del cruento ritual.-
De inmediato se separaba el costillar, que iba a parar a la parrilla, ennegrecida y humeante, preparada a un costado para asar lo que iba a constituir el almuerzo de ese día.-
Entonces los hombres se distendían, lavaban sus manos ensangrentadas, encendían algún cigarrillo, se sentaban en esos bancos rústicos propios de las chacras y, utilizando una pava tiznada y llena de abolladuras, tomaban mate y conversaban animadamente sobre los avatares de la jornada que promediaba.-
Cuando el costillar estaba listo, se almorzaba y luego, una vez recogido y lavado todo lo utilizado, se repetía el procedimiento con los cerdos restantes.-
Al atardecer ya se habían despostado todos los animales y, mientras mi madre cocinaba las primeras morcillas, sobre la mesa grande y rústica se apilaba la carne picada, con la que habrían de hacerse los chorizos.-
La condimentación de la misma constituía todo un proceso: se recurría a antiguas recetas que habían pasado de generación en generación y, conforme se le iban agregando las diversas especias, cada uno de los presentes procedía a probar y emitir opinión y, cuando todos se ponían de acuerdo, se daba por aprobada la mezcla, se la cubría con lienzos y se la dejaba estacionar hasta el otro día, en que se procedería al llenado de los chorizos.-
Aparte habían quedado los cuartos traseros para los jamones, los estómagos para el queso de cerdo y el picado para rellenar los mismos, las pancetas y las bondiolas.-
Para esto, ya se habían hecho alrededor de las nueve de la noche y se procedía a la cena, que consistía en más cerdo asado y la degustación de algunas de las morcillas recién hechas.-
Luego, todos nos íbamos a la cama y el tío Juan y sus hijos volvían a su casa: los mayores cansados y los chicos excitados por la jornada vivida.-
Al otro día, muy de mañana y con la helada blanqueando los pastizales, ya estaba toda la dotación en pié y lista para la jornada.-
Mientras los grandes se aprestaban al llenado de los chorizos, los chicos jugábamos con las vejigas de los cerdos, infladas a manera de pelotas y, de cuando en cuando, aparecíamos insistiendo para que nos dejaran dar unas vueltas a la manija del aparato utilizado en la tarea de llenado, lo que nos demandaba un esfuerzo superior a nuestras fuerzas, por lo que, rápidamente, volvíamos a nuestros juegos.-
Al caer la tarde, casi toda la tarea estaba concluida: los chorizos y las morcillas colgaban de cañas suspendidas del techo del galpón; los jamones habían sido metidos en barriles con sal y los quesos de cerdo sometidos al prensado correspondiente.-
Los mayores agotados por el esfuerzo y los chicos por no haber parado de corretear durante los dos días, cenábamos frugalmente y otra vez a la cama.-
Al día siguiente se volvía a la normalidad: temprano mi madre había ordeñado la lechera para tener la leche para el desayuno y, luego del mismo, mi padre ataba los caballos al arado y el tío Francisco uncía su mancarrón tordillo al sulky y emprendía el regreso al poblado envuelto en una polvareda y seguido un trecho por los perros y sus ladridos.-
Cuando nos levantábamos, un poco mas tarde y restregándonos los ojos adormilados, ya nada quedaba de la actividad de los días anteriores por lo que volvíamos a nuestra rutina de juegos y correrías.-
Mucho años han pasado desde entonces, pero el recuerdo de la carneada permanece vivo en mí que, con mi hermana mayor, somos los únicos sobrevivientes de esa época.-
Ha de ser por eso que, cuando llega julio con sus heladas, que no me parecen tan crudas como las de antes, no puedo dejar de pensar en ella y un pensamiento recurrente vuelve a mi: si hela fuerte comeremos buenos chorizos este año.-
AMARCORD
Otro pintoresco relato que nos envio don Hector Bielza de 9 de Julio.