Cuando amanece la aurora
con sus luces admirables,
empiezan todas las aves
a cantar en aquella hora.
La que se halla presa, llora,
con lo duro de sus grillos,
sirviéndole de martirio
ver a las otras que vuelan,
mientras penosas se quedan
pegadas a su destino.
Ya no sacude las alas
porque no afija en el viento,
sólo los tristes lamentos
se oyen dentro de la jaula.
¡Qué pesada y dura carga!
¡Qué pena tan sin igual
no poderse liberar
de tan grandes aficciones!
¡tener plumas e ilusiones!...
¡Con alas y no volar!
Al fin por su mala suerte
pega un suspiro y se queda
parando su triste pena
hasta que llegue la muerte;
ya que su dolor no advierten
ni le tienen caridad,
triste se pone a pensar
en su largo padecer,
porque hasta el fin ha de ser
cautiva y sin libertad.
Extraído de:
-Mario Lopez Osornio. Oro nativo. Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1944
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